Invitación a leer "Aquí no es Miami" de Fernanda Melchor
Cuando le conté a Sofía y Miguel de mi anécdota del “Tío Fide” se partieron de risa de escucharla. Les conté que cuando estudié la primaria era gobernador de Veracruz Fidel Herrera, que brilló -según los datos de mi memoria- por repartir notarías entre sus amigos y por llegar en helicóptero a todo desastre natural que se presentara en el Estado. Cualquier desvío de su gobierno pasaba inadvertido para las víctimas de los huracanes que lo miraban emerger del agua estancada usando sus botas de plástico y camisas blancas, dispuesto a tenderles una mano.
Era tan común que Fidel anduviera en helicóptero que cada que se veía uno pasar por el cielo se apostaba a que se trataba del mandatario. De allí nació la costumbre de mis compañeros de la primaria de saludar a los helicópteros que sobrevolaban el patio cuando estábamos en el recreo y agitando las diminutas manos, gritar: “Adiós, tío Fide”. ¿Quién comenzó ese gesto que le causó tanta gracia a Migue y Sofía cuando se los conté? No tengo idea, pero fui parte de las admiradoras del “Tío Fide” que gritaban desde la cancha sin saber exactamente quién era ese sujeto y por qué era nuestro tío.
No me duró mucho el gusto de gritarle a los helicópteros, quizá menos de medio curso escolar, porque mientras yo aprendía a dividir con punto decimal, Calderón desplegaba la guerra contra el narco en todo el país, incluido uno de los estados más violentos en esa guerra y en la actualidad: mi Veracruz. Para cuando empecé a estudiar el cuarto grado de primaria los helicópteros ya no indicaban la presencia de Fidel, sino operativos policiacos, balaceras y enfrentamientos entre el ejército y los zetas. La supuesta “limpieza” de Calderón dejó a los municipios más calientes de Veracruz manchados de sangre; los cuerpos descuartizados con mensajes en cartulinas se volvieron parte de la cotidianidad y ya no había quien se atreviera a saludar a ningún helicóptero, ni a detener la mirada en los vidrios polarizados de ningún automóvil negro.
De la guerra contra el narco se dice mucho, pero si se quiere saber de las particularidades de ésta en Veracruz entonces es preciso leer a Fernanda Melchor que a manera de crónica retrata con detalle la tragedia y comedia del puerto durante esos años. Aquí no es Miami es una obra cruda pero entretenida, que en ciento cincuenta y nueve páginas te lleva por un recorrido estremecedor. Su descripción es tan buena que casi pueden palparse los escenarios donde se sitúan sus narrativas. Habla de extraterrestres, demonios, y fantasmas de carne y hueso; te lleva a conocer las playas, cárceles y edificios olvidados de Veracruz. Y en todo ese recorrido aborda el tema de la llegada de las drogas a nuestra tierra y su esparcimiento durante esos años en que Calderón hizo de las suyas.
Con Fernanda aprendí montones de palabras nuevas, unas muy porteñas y otras no tanto, pero todas muy dignas de la tremenda escritora que es. Échenle un ojo a su literatura que vale totalmente el tiempo y la atención ¡Y me cuentan cómo les fue!
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