La ranita Casimira

Hoy les traigo un cuentito fumado que se me ocurrió en medio del cambio de horario mientras veía la portada del libro "Cuentos cortos contra la autoridad" que me compartió Fernanda hace un par de semanas. Espero que les guste y perdón por el abandono. Les quiero mucho. 


Había una vez una rana llamada Casimira que vivía en una ciudad sin nombre. En la misma ciudad sin nombre habitaban animales de todas las especies: ratones madrugadores, cigarras lectoras, chinchillas sin cola, mariposas burócratas. La rana Casimira era la encargada de encender la planta eléctrica de la ciudad y suministrar luz a todos sus pobladores. Muy temprano por la mañana se despertaba Casimira y tiraba de la palanca para encender la luz, así todos los animales de la ciudad podían despertar y encender sus lámparas de mesa, cafeteras, calentadores eléctricos, tostadores. El alcalde de la ciudad había encargado a la anfibia esta importante labor y también la de apagar la luz a las 8:43 de la noche en punto, todos los días, sin más ni menos.

La rana Casimira era muy precisa en su labor, despertaba de madrugada para levantar la palanca y estaba pendiente del reloj para bajarla a la hora exacta.

Cierta noche la rana Casimira se dio un descanso después del trabajo para tomar cerveza de barril con sus amigas ranas en el bar de Loros. Se sentaron cada una con su cerveza a platicar sobre lo difícil de la vida en la ciudad, lo complicado de cazar moscas citadinas, lo caras que estaban las chanclas para ancas de rana, lo pesado de trabajar lejos del estanque y volver sólo en las vacaciones para visitar a la familia. Entonces la rana Casimira se pidió otra cerveza. La charla continuó, para hablar ahora sobre sus anécdotas de la infancia, cuando solían ser ajolotes y cuando estudiaban en el jardín de ranas, toda una vida atrás. Entonces la rana Casimira se pidió otra cerveza. Siguieron muchos otros temas de conversación acompañados de más y más cerveza. Cinco, seis, siete, ocho, diez, doce, quince cervezas y media se tomó la rana Casimira mientras fumaba cigarrillos de hierbabuena con lavanda.

Todas las ranas salieron borrachísimas del bar de Loros, con los ojos rojos por el humo del cigarro y saltando a cada rato a causa del hipo. Fumigadas por el alcohol se fueron cada quien a su casa, tambaleándose en las banquetas y chocando unas con otras. La rana Casimira apenas alcanzó a llegar a su automóvil estacionado a dos cuadras, donde se quedó profundamente dormida en el asiento del conductor, con las llaves pegadas y las luces encendidas.

Dieron las tres de la mañana y la ranita aún roncaba en su Volkswagen. Dieron las cuatro, la hora en que las luces debían encenderse y Casimira dormía aún. Como la mayoría de los citadinos despertaban entre las cinco y seis de la mañana, nadie notó la falta de luz, excepto un tejón con problemas en la próstata que se despertó a orinar muy temprano y no pudo encender la luz del baño. Dejó gotitas de orina por todos lados y regresó a la cama pensando en que el foco estaba fundido, jamás idearía que hubiese sido un descuido de la siempre puntialísima rana Casimira.

Dieron las cuatro y media, las cinco, las cinco cuarenta y cinco y la energía aún no corría por las instalaciones eléctricas de ciudad sin nombre. El caos comenzó a las seis de la mañana cuando todos empezaron a desplazarse hacia sus trabajos, escuelas, gimnasios, etc. Montones de choques en las avenidas principales, asaltos, tropiezos a causa de la falta de alumbrado público. Los semáforos apagados, los espectaculares en penumbra, niños y niñas sin su pan tostado para el desayuno y muchos baños de agua fría. Las noticias del mundo repletas de notas sobre el caos en ciudad sin nombre. Y la ranita Casimira seguía dormida.

Por allá de las tres de la tarde por fin se despertó la rana, con los ojos hinchados, los párpados pesados y un dolor de cabeza insoportable. Alguien más había encendido la luz. Vio entonces las noticias en su teléfono, todos hablando sobre la mañana catastrófica que habían vivido los habitantes de ciudad sin nombre. No encontró mejor plan que tomarse un caldito para la cruda, darse un baño y presentarse en la oficina del alcalde quien le esperaba furioso en busca de una explicación.

Al grano, la ranita firmó su despido con justa, justísima razón. Pero no se preocupen por ella, pues cobró un gran cheque de liquidación en agradecimiento por sus años de trabajo al servicio de ciudad sin nombre. Con el dinero pudo mudarse muy lejos, donde nadie le recordara su pasado; se marchó a un lugar tranquilo, debajo de un árbol de mango, donde las chanclas para anca de rana son baratas y siempre hay moscas frescas que vuelan despacio y son fáciles de cazar. Vive feliz. De vez en cuando vuelve discretamente a la ciudad sin nombre para tomar cerveza de barril con sus amigas las ranas ciudad, pero después de dos cervezas se marcha de prisa a casa, por aquello de que se tope en la calle a algún citadino que aún le guarde resentimiento.

Vendió su Volkswagen y compró un Porsche usado, aprendió a tejer, da clases de yoga y se sigue llamando Casimira, la ranita chancluda que solía prender la luz.

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